Un día Jacinta despertó sintiéndose diferente. Ese día Jacinta sabía que tendría que ir a toparse a la vida con una cara distinta. Sabía Jacinta que tendría que luchar por si misma y pedir una explicación sobre lo que ha estado recibiendo durante todos sus años.
Así que salió Jacinta de su casa, pensó que no soportaría más el irrespeto de la gente. Subió a su carro, cerró la puerta con mucha determinación y partió a buscar su autoestima, perdida hace mucho tiempo ya, en ese tumulto que debía atravesar todos los días para ir a trabajar.
Esta vez no dejó que el tipo del enorme carro rojo, se le adelantara. Esta vez no dejó que la gente avanzara como si ella estuviera pintada. Esta vez sonó la bocina a una fracción de segundo después de ponerse en rojo y lo mejor, esta vez se caracterizó pidiendo respeto del resto de la gente, no dejó a los peatones avanzar, ellos debía esperar al rojo, ahora era su turno, bueno...ya estaba en rojo. Da igual! (ellos pueden frenar más rápidamente que un carro)
Esta vez se sintió respetada por sí misma.
Salió de su vehículo con un sentimiento de euforia y se dispuso a caminar desde el parqueo hasta su oficina, apenas a un par de cuadras de distancia. Satisfecha por haber llegado más temprano que nunca, sabía que tendría que seguir exigiendo su campo y respetando su tiempo, con eso los demás la respetarían igual.
Semáforo en rojo y un par de pasos. Jacinta no logró descubrir de momento esa nueva sensación, pero luego de un frío extraño, comprendió que estaba empapada, empapada en su propia sangre que salía sin control después de que un conductor, que quería evitar llegar tarde no respetó el rojo de los peatones.
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