Hoy, domingo 13 de abril, empiezo la preparación de lo que parece ser un experimento personal de acercame físicamente a Dios; caminaré kilómetros de distancia hacia el cerro más alto de Costa Rica, que a tan solo 3820 metros sobre el nivel del mar, supone uno de los esfuerzos más increíbles que he de realizar en mi vida y que, al mismo tiempo me permitirá estar más cerca del cielo.
Hoy empecé la preparación de mi equipo, aunque me acompañarán en mi expedición tres personas, esta será una expedición personal, individual y necesaria. Irán conmigo mis hermanos, el mayor y el menor (ambos de sangre) y el que escogí para acompañar mi vida (de alma).
Mi hermano mayor y yo, nunca hemos tenido ningún tipo de relación durante nuestra vida adulta y las únicas experiencias personales con él, se quedaron en nuestra infancia, marcadas por las diferencias más increíbles entre nuestras personalidades muy bien establecidas desde esas tempranas etapas de nuestros fantásticos viajes por la vida mortal. Con sólo dos años de diferencia entre uno y otro, me tocó aprender por mi mismo y desde muy chico, que se puede tener relaciones muy cercanas con personas que ni siquiera ves, pero que también podés tener relaciones muy lejanas con personas que tenés en la cama de al lado. Por muchos años mi instinto de supervivencia me indicó que la lejanía con A, sería un sistema bién simentado de increíbles muros que construiríamos ambos; con cada paso de avance que teníamos, se levantaba un muro de separación, cada quien construía uno según sus propias necesidades. Los juegos de niños marcaban diferencias sustanciales entre A y yo, que al final, resultaría en nuestra lejanía y nos colocaba en puntos totalmente distintos en el escenario familiar que la vida nos ofreció.
Mi meta: conocer a mi hermano.
Mi hermano menor y yo, tenemos una generación de diferencia. Cuando yo era adolescente, él apenas era un niño malcriado e hiperactivo que lograba ponerme los pelos de punta y agotar mi poca paciencia. Cuando dejé la casa de mis padres, apenas empezaba él a crecer y por esa razón, me perdí la oportunidad de conocer más de sus necesidades y su personalidad, de su infancia. Yo me pasaba ocupado creciendo y madurando a unos 170 kilómetros de distancia de él y dos semanas a veces separaban mis visitas a mi familia; durante escasas 24 horas, prefería dedicarlas a mis padres y a mis hermanas, siempre era mucho más fácil y cómodo compartir con ellas que con ellos. Más adelante, D, creciendo me demostró la inmensa capacidad de adaptarse y aceptarme por lo que soy y al mismo tiempo, me mostró su capacidad de amor por su familia y puso bien claro que yo, también soy su familia pese a las diferencias generecionales y nuestro marcado modo distinto de ver la vida. D creció y formó su familia y empezamos una relación de hermanos cercanos, continúa demostrando respeto por mi. Su hijo es una copia de sí mismo, lo que me permite trazar un escenario para tener conmigo lo que me perdí de él, su infancia dibujada en la infancia de mi sobrino.
Mi otro hermano, el que escogí para acompañar mi vida y acercarme a "la verdad". Gracias a O, he logrado aprender la posición del hermano mayor, pero también la del hermano menor. Nuestra relación me ha permitido centrarme y conocerme; pero lo más importante es que con él, me he permitido desmoronarme cuando lo necesito y levantarme cuando hace falta. O, es una prueba real de que la familia la escoge Dios para vos, pero El te da la opción de hacer tu propia familia para acompañar tu ascención. No hay nadie más cercano a mi propia existencia que O y por supuesto, imposible pensar en esta tarea sin él. No necesito este viaje para conocerlo más, ni para acercarnos más, pero si para superarlo.
Equipo listo y grupo establecido, mañana estaremos dispuestos a revisar nuestras mochilas y alimentar el alma con fuerza y coraje para empezar una aventura sin igual.
Para mi será, un experimento personal de acercarme físicamente a Dios.
Gracias Dios por dejar un vínculo entre vos y yo