Durante muchos años, el Buda se dedicó a recorrer ciudades, pueblos y aldeas, impartiendo la Enseñanza, siempre con infinita compasión. Pero en todas partes hay gente aviesa y desaprensiva. Así, a veces surgían personas que se encaraban al Maestro y le insultaban duramente.
El Buda jamás perdía la sonrisa y mantenía una calma imperturbable. Hasta tal punto conservaba la quietud y la expresión del rostro apacible, que un día los discípulos
extrañados, le preguntaron:
-Señor, ¿Cómo puedes mantenerte tan sereno ante los insultos?
Y Buda contestó:
-Ellos me insultan, ciertamente, pero yo no recojo el insulto. Contestadme, si alguien viene y os da un regalo pero vosotros no lo queréis porque sabéis de quién es el regalo?
-Pues sabemos de quien nos lo da ha dado, maestro, y no lo hemos cogido
-Así mismo, esos insultos son para mí como un regalo que no quiero recoger. Simplemente los dejo en los mismos labios de donde salen. Queridos amigos, permaneced en vosotros mismos y no dejéis que las palabras de los hombres alteren vuestra quietud.
MORALEJA: La paz y la tranquilidad provienen de Dios y son tuyas siempre.
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